viernes, 27 de julio de 2012

Porque hay veces que no hay otra vida para las segundas oportunidades, ni hay un atajo ahí enfrente.
Porque queremos y necesitamos, y no hacemos más que eso, y lloramos, y perdonamos, y somos indiferentes ante el mundo, porque este gira alrededor de esos sentimientos día tras día.
Porque a nadie se le ocurre parar el tiempo cuando se escucha el llanto de un valiente, levantar la cabeza y explicar que el tiempo máximo permitido para llorar en una persona con esta cualidad es de cinco minutos. Y no son ni más ni menos por lo siguiente: en los primeros dos minutos y medio, este superviviente de la vida podrá aferrarse de todo lo que le rodea, y exclusivamente de su persona. Finalizados, habrá de nuevo otros dos minutos y medio, y estos ya son para volver, para darse cuenta de que ellos valen más que el problema que haya provocado esta tormenta, porque si no me equivoco, hay lluvias que duran cinco minutos.
Evitemos todos ese bache que estropea el camino, aunque como ese haya miles. Si el sol se pone en el paraíso, la noche será más bonita. Recordemos que hay libertad, y a veces tiene nombre y apellidos.